Informamos que desde el martes 5 de noviembre las visitas a las exposiciones de la Colección MNBA en el segundo piso tendrán que ser planificadas. El aforo será de 40 personas. Debido a los trabajos en el edificio, las muestras ubicadas en ese sector solo se podrán visitar en los siguientes horarios: 10:00 a 12:00 y 16:00 a 18:00 hrs. Desde ya les agradecemos su paciencia.
Los Canteros vuelven al hall
En un día como hoy, hace 141 años, nuestra ciudad de Santiago experimentó un hecho tan insólito como esperado: la apertura de este edificio denominado Palacio de Bellas Artes. La ocasión se venía preparando desde hacia cinco años. Poco a poco, se fueron levantando unos gruesos muros de ladrillo en un pedregal liberado por la canalización del río Mapocho, hasta que se levantó una mole de albañilería de un tamaño que, probablemente, la ciudad no había visto hasta entonces. Frente a la fachada del nuevo Museo de Bellas Artes se produjo una gran aglomeración y una enorme cola. Todos, o al menos todos los que podían, elegantemente ataviados, querían entrar y participar de la ocasión.
Cuando lo lograron, experimentaron una sensación inédita: levantaron la vista y contemplaron una cúpula de cristal que los hicieron conscientes de estar en lo que, probablemente, era el mayor interior de la ciudad: una suerte de jardín del arte, en el que se combinaban vegetales y esculturas. Zig -Zag y otros medios documentaron la muchedumbre que abarrotó este recinto, admirados con una admiración que no ha desaparecido del todo hasta hoy mismo. Para mayor impresión, el Museo albergaba la mayor exposición internacional que se había producido en el país y probablemente en Latinoamérica a la fecha, de manera que al interior acristalado, a las plantas y las esculturas se sumó una notable colección de obras de arte que colgaban de sus muros.
Siempre me impresionó que el último de los 10 libros del De Re Aedificatoria, el tratado de arquitectura fundacional del renacimiento italiano y del renacimiento en general, estuviese dedicado a la restauración. Me impresionaba, en primer lugar, la claridad y la fuerza con que esta actividad se perfilaba ya en la segunda mitad del siglo XV. Pero más allá de ello, me impresionaba el ver la restauración no como un algo añadido a la disciplina, una suerte de saber para cuando ocurren desgracias, sino como algo intrínseco al oficio, algo que formaba parte de un ciclo que incluía creación, desgaste, hasta cierto punto inevitable y resurrección. Esta implicaba a su vez un esfuerzo de interpretación y, en cierto modo, transformación de una obra.
Entre tanto, mucha agua ha pasado bajo los puentes. La ciencia y el oficio de la restauración han crecido y se han desarrollado, hasta constituir un saber, una disciplina y un arte impresionantes. Ella no siempre es suficientemente conocida y entendida en el ámbito público. Por de pronto, hay que destacar que el campo de la restauración ha sido uno de los más fructíferos en fomentar el intercambio de arte y ciencia. Desde las cuestiones asociadas con las química hasta toda la física de la imaginología. Un taller de restauración es frecuentemente lo más similar a un laboratorio que puede encontrarse en un museo y en el arte de la restauración una indispensable habilidad manual deben ir inextricablemente unida a la reflexión, la observación y la interpretación.
Como partiendo de una actitud inevitablemente modesta y libre de la pulsión de la creación, la restauradora o el restaurador tienen una obra ya existente como campo de trabajo. Sin embargo lejos de restringir el juego para ellos esta situación lo amplía. Hay preguntas acuciantes en relación a esa obra a la que se enfrentan: ¿Cómo fue? ¿Como podría o cómo debería ser en el futuro? ¿Cuánto debe o puede percibirse la intervención de que ha sido objeto? Por último, la restauración es frecuentemente un trabajo de colaboración, de equipo, un equipo que, por añadidura tiene el privilegio casi único de una cercanía física y casi carnal con la obra.
El proceso que nos ha llevado a poder contemplar y exponer nuevamente Los Canteros, esta notable obra de Pedro Lira, es la mejor muestra de la densidad y complejidad que un proceso serio de restauración asume hoy día. Este proceso se ha inscrito en un esfuerzo de investigación y reflexión particularmente destacable. Tal vez éste no se refleje directamente sobre la tela, pero ciertamente lo hace en el modo en que la miremos y la comprendemos. Restaurar esta pintura significa, por tanto, volver sobre la figura de Lira, comprender mejor su biografía y su rol en el ambiente artístico chileno.
Han sido muchas las sorpresas surgidas en este proceso. Lo que se supuso era la representación de los trabajos de canalización del Mapocho, aparece hoy como una obra pintada en Francia, sobre modelos franceses y expuesta en el Salón de París. Tal vez, algunos la veían como una obra única y ahora sabemos que formaría parte de una suerte de trío, por no llamarlo tríptico, referido al tema de los operarios del mármol, probablemente modelados a partir de una misma locación. Se trata de Los Marmolistas, hoy parte de la Pinacoteca de la Universidad de Concepción y El descanso de los marmolistas, parte de una colección particular.
Hemos aprendido también que esta fue una pintura polémica y criticada, ciertamente en Chile, en las ocasiones que fue expuesta y probablemente también en Francia. La cuestión de la tensión entre la monumentalidad de la obra y su temática laboral, abre también preguntas de gran interés e inscribe este trabajo de un Lira, de poco mas de treinta años, en algunas de las discusiones de la pintura internacional de fines del siglo XIX. Un momento del pintor que se distingue de algunas de sus obras más icónicas como La Carta, El Niño Enfermo o La fundación de Santiago.
En lo personal, me impresiona particularmente el modo en que en esta pintura muestra las figuras humanas. Representados como una suerte de héroes obreros, atrapados en una coreografía laboral, aparecen como un término medio entre el peso de las piezas de piedra labrada, y el denso paisaje arbóreo que aparece en el ángulo superior derecho, que deja entrever una luz y una densidad de verdes que contrastan con la condición mineral de la piedra. Hay una historia notable en esa diagonal que asciende desde las masas pétreas a ese misterio vegetal. Todo eso y mucho más se esconde en el cuadro de Lira y su proceso de restauración nos permite contemplarlo.
La temática de Los Canteros, que habla de un esfuerzo colectivo de trabajo, ilumina también lo que ha sido este proceso de restauración que hoy celebramos. Cualquier lista sería incompleta pero, dibujando a grandes rasgos, debemos agradecer en primer lugar a quienes redescubrieron esta pieza y tuvieron conciencia de su importancia y su valor. Al Servicio del Patrimonio que comprendió la importancia de esta operación y nos apoyó y acompañó en su rescate. A las autoridades del CNCR y del Museo de Artes Decorativas que se asociaron con entusiasmo a nuestro esfuerzo. A quienes investigaron la obra y participaron en las discusiones sobre ella. A nuestros equipos administrativos que tuvieron que buscar las fórmulas para hacer posible esta operación dentro de nuestros sistemas normativos. Al equipo de Restauración que puso delicadamente sus manos sobre la obra. Al equipo de Colecciones que coordinó esta larga operación. A quienes la montaron y a quienes colaboraron en difundirla y comunicarla.
Palabras especiales merecen también quienes, desde fuera del Museo, se interesaron en esta operación de rescate. Acrecentaron nuestras convicciones y nos entusiasmaron para impulsar la recuperación de Los Canteros. No siempre se logra un círculo virtuoso como éste que, por cierto, no estuvo libre de dubitaciones, demoras y toda clase de dificultades. Pero finalmente la convicción colectiva y el espíritu de colaboración se impuso. Quisiéramos ver en esa articulación virtuosa una figura de lo que querríamos que fuese el manejo de nuestros museos, en especial de los museos nacionales. Porque los museos son obras hondamente colectivas.
Podemos recordar nítidamente la partida de Los Canteros hacia las dependencias de La Recoleta. Saliendo de la condición de rollo que ocultaba sus miserias, la tela se extendió sobre el piso de este hall lo que nos permitió ver sus daños, pero también resistiendo tras ellos, su dignidad y el esfuerzo épico de su concepción. Hoy vuelve al mismo hall, pero en posición vertical sobre uno de sus muros. Ese paso de la horizontal a la vertical da cuenta de esa suerte de resurrección en que mediante el trabajo mancomunado de muchos, ese valor aún retenido por la tela ha podido volver a brillar y continuará, esperamos, brillando para muchos, iluminando un momento de nuestra historia del arte y de nuestra historia a secas. Es por ello que agradecemos a todos quienes lo hicieron posible. De verdad muchas gracias.