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Francisco Méndez
Méndez Labbé nació en Santiago de Chile, pero su infancia estuvo marcada por diversos viajes y travesías, principalmente por Europa, que calaron hondo en el carácter del artista y en los intereses que a lo largo de su vida desarrollaría. Ya a inicios de los 40 tomaba cursos de dibujo en Bellas Artes, sin embargo, y a sugerencia de quien fuera uno de sus amigos más cercanos, Alberto Cruz, decidió proseguir estudios de arquitectura en la Pontificia Universidad Católica de Chile (PUC), escuela de la cual egresaría en 1948. Sus inquietudes artísticas se expandieron por esos mismos años, lo que lo llevó a trabajar, junto con Jaime Errázuriz, en la realización de escenografías para el Ballet Nacional de Chile y Teatro de Ensayo de la PUC. El diseño escenográfico será una veta que seguirá explorando durante buena parte de su carrera.
En el año 1952, Méndez Labbé migra a Valparaíso y funda, en colaboración estrecha con Alberto Cruz, Godofredo Iommi, José Vial, entre otros, la Escuela de Arquitectura de la Universidad Católica de Valparaíso (UCV). Así, hacia mediados de los 50, el artista repartía su tiempo entre la docencia y el despacho de arquitectos. En efecto, en 1956, Méndez Labbé participa con otros colegas en el concurso nacional para el diseño de la nueva Escuela Naval de Valparaíso. Sin embargo, y pese al afanoso trabajo que el certamen demandó al equipo y de la cualidad del proyecto que articularon: innovador, experimental y bastante audaz para el contexto (tal como quedó inscrito en los archivos que documentan ese proceso), la propuesta no logró adjudicarse el concurso.
Al año siguiente, en 1957, parte rumbo a Europa y, tras esa visita, en 1959, decide instalarse diez años en París, dedicándose a la arquitectura para vivir, pero entrando de lleno en la pintura y en las artes visuales. Allí tomó contacto con Henri Goetz y Georges Vantongerloo, dos importantes exponentes europeos de la pintura abstracta, y se dedicó a viajar por diversos parajes, copando libretas con croquis y anotaciones que registraban aquello que observaba en sus recorridos.
A su regreso a Chile, en el 69, contribuyó en la fundación del Instituto de Arte de la UCV, que impartía cursos y talleres de arte, literatura y diseño como una forma de complementar la formación de los y las estudiantes de las distintas carreras de la universidad. Dos años más tarde, Méndez Labbé asumiría como director del Instituto, cargo que ocuparía hasta 1986, debiendo lidiar con la administración y burocracia militar instalada desde 1973 en la universidad. En el marco de ese espacio de docencia e intercambio de conocimientos, el artista implementó interesantes e inéditos proyectos pedagógicos, que tenían como fundamento el trabajo colectivo y colaborativo. Uno de ellos fue el curso de murales, que inició en 1969 y que fue interrumpido abruptamente debido al golpe cívico militar. Asimismo, llevó a cabo numerosas travesías, en las cuales estudiantes y profesores recorrían distintos lugares de América, observando y estudiando la fisonomía del paisaje, con el fin de realizar intervenciones poéticas y construcciones donde convivía la escultura, la pintura y el diseño, que favorecieran los diálogos entre las artes y el entorno natural. Todas estas experiencias quedaron registradas en los cuadernos de travesías, un dispositivo híbrido con una doble función: ser soporte exhibitivo y documento histórico del ejercicio pedagógico. Se suman a estas iniciativas colaborativas, otras como las Phalène -o actos poéticos- y las tentativas de diseño teatral de obras como “Corazón a gas” y “Los rastreadores”.
La primera travesía Amereida se efectuó en 1965 y llevó a varios de los colegas de Méndez Labbé, como Iommi, Cruz y el escultor Claudio Girola, entre otros, a efectuar un recorrido por el continente, desde Tierra del Fuego a Santa Cruz en Bolivia. Si bien Francisco Méndez Labbé no participó de esta instancia, igualmente el espíritu colectivo que ahí se vivió y que se plasmó en la publicación del poema de Amereida (1967), resulta vital para comprender el modo en que el arquitecto y artista concebía tanto la práctica como los modos de pensar el arte, su enseñanza y las modalidades de su difusión y recepción. Luego de Amereida, Méndez Labbé junto con varios de los participantes de la primera travesía decidieron fundar Ciudad Abierta (1970), en las dunas de Ritoque, un proyecto que intentaba aunar vida, trabajo y estudio, integrando poesía, filosofía, diseño, arte, arquitectura y diversos oficios.
Hacia finales de los 80, Méndez Labbé deja la UCV para dedicarse a otros proyectos. Uno de ellos fue el Museo a Cielo Abierto de Valparaíso (1991), donde retomó, en cierta medida, la experiencia del curso de murales desarrollada décadas atrás. Para cristalizar su anhelo de un museo al aire libre, convocó a importantes exponentes de la plástica nacional, entre ellos, Eduardo Vilches, Matilde Pérez, Gracia Barrios, Ramón Vergara Grez, Roser Bru, Guillermo Núñez y su incondicional amigo Eduardo Pérez Tobar, alias Eduperto.
A inicios de la década de los 90, el artista se instala definitivamente en Santiago y, hacia 1993, decide formar parte del equipo que funda la Escuela de Artes de la Universidad Finis Terrae. De igual manera, continúa colaborando con la UCV en la realización de los “Cuadernos del Instituto de Arte” (1994-1997), publicación periódica dedicada a la traducción y la difusión de textos sobre arte y poesía. En 1998 deja la academia para consagrarse de lleno a la producción artística.
Obra
El vasto corpus de obra de Francisco Méndez Labbé se compone principalmente de pintura, ejecutada en temple, óleo y acrílico, de mediano y gran formato. No obstante, pueden hallarse gran cantidad de trabajos efectuados en otros medios, como dibujos, croquis, planos arquitectónicos, collages, diseño editorial, teatral y escenográfico, grabado e impresos (afiches). Los medios más tradicionales son convocados muchas veces en su especificidad, pero en varios otros casos son integrados en propuestas multi e intermediales que desbordan los límites disciplinares.
En términos más generales, la obra de Méndez Labbé debe observarse como un campo de experimentación, donde continuamente se ponen a prueba distintos formatos, técnicas, materiales, soportes y pigmentos, modos de ejecución y procedimientos. Por ello, el suyo no es solo un corpus de resultados, sino de procesos, donde se advierte el largo camino de ensayo y error que decanta con el tiempo en notables aciertos. En su obra, cuando aparecen géneros o temas (como el paisaje), estos vienen a ocupar un segundo plano en pos de lo relevante: la experimentación medial y formal, especialmente, en relación con el color. De igual modo, llaman la atención las tensiones y diálogos que se dan entre tradición y modernidad, por un lado, las referencias a las bellas artes y, de forma simultánea, un sentido muy agudo de las prácticas más incisivas de la modernidad estética y del arte contemporáneo.
Pero Francisco Méndez Labbé no solo se dedicó a la práctica artística y del diseño, sino que incursionó con sistematicidad y programáticamente en la escritura teórica sobre arte. En efecto, llegó a desarrollar complejos conceptos como los de “pintura no albergada”, “pintura de presencia” o “cálculo pictórico”. Nociones sobre las que volvió recurrentemente y que fue madurando a lo largo de su trayectoria profesional. Varias de sus disquisiciones quedaron inscritas en los siete libros que autoeditó y publicó entre 2002 y 2018.[1] Asimismo, dedicó parte de su tiempo a labores de traducción, donde se hizo a la tarea de trascribir al castellano a autores de la talla de Heidegger, Wittgenstein y Fedier.
A pocos meses de su muerte, en febrero de 2021, el taller que alberga su legado es, sin duda, un espacio vivo y palpable de la fascinante obra y trayectoria de este artista fundamental.
[1] Se trata de “Cálculo Pictórico” (2002), “De la Modernidad en el Arte” (2004), “Hora de la Divergencia” (2004), “Pintura Digital” (2006), “Observaciones sobre Dibujo y Grafía” (2012), “De la Grandeza y La Phàlene” (2014) e “Historia del Curso de Murales de Valparaíso” (2018).
Texto preparado por María José Delpiano K.